Asegurar que algo está sobrevalorado es siempre una malintencionada petición de principio, además de un lance lógico a todas luces recursivo e inútil. Sí, la idea original, aunque referida a la palabra "problema", es de Borges. Pero esta entrada no tiene que ver tanto con el problema autoral ni con el de la excesiva (y con frecuencia exagerada y ciega*) confianza que muchos hemos depositado en el genio del viejito enciclopédico, sino con una experiencia sensorial más usual y vana, pero también más insidiosa: un dolor de cabeza que no se me quita desde hace horas, y que me provoqué haciendo ejercicio, y que no me deja pensar y ya me tiene harto. Decía ayer que emitir un juicio acerca de la medida justa del valor de una cosa es suponer que la cosa tiene un valor trascendental fijo, infranqueable, nouménico y aparentemente opaco (“esotérico” tal vez sería un mejor predicado), al que el juicio debe ajustarse para convenir a la verdad. Y, claro, que hay algo así como La Verdad A
Mensajes desesperados desde el país de las cosas rotas. Filosofía periférica. Gerardo Alquicira Zariñán