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Mostrando entradas de septiembre, 2020

DOS PAYASOS ENTRAN A UNA CANTINA. Sobre filosofía, netología y adivinación.

Mientras oía el sketch que Carlos Loret de Mola y Brozo grabaron hace poquito en una cantina vacía y sucia, pretendido símbolo de la mexicanidad hibernante y como adormilada por un vacío espiritual muy parecido a una pequeña muerte —el estupor después de nuestro último regocijo nacional, del inmenso frenesí político del 2018, de la revancha y la factura del desaliento y todas esas cosas de las que uno habla cuando está borracho y confía demasiado en sí mismo—, se me ocurrió escribir de una buena vez [1] qué opino de Manuel Andrés López Obrador. Pero tal vez porque, precisamente, siempre he entendido mal los fines de la filosofía, de nuevo me hallé en esa calle de sentido único en la que desagua esta vocación desesperada, y en la que con toda la malicia del mundo he decidido instalar mi trinchera privada de pensamiento: la verdad es que no tengo nada que opinar sobre estas cuestiones porque yo no soy bueno para eso de escribir netas que tu compa el chairo va a expropiar mañana, y que

ENSAYO SOBRE LA EMPATÍA

Este ensayo tiene su origen en un artículo que escribí en mis primeros días como copirruaider con hambre frilans. Aparentemente, la historia contemporánea de la seguridad vial no le enseña a los automovilistas cómo no romperse su madre (el noble objetivo del blog que me lo rechazó), y por eso el artículo nunca vio la luz (y no me lo pagaron). Lo rescato en este espacio para insistir en una tesis: la empatía es el punto de partida de todo sistema vial vigente, pues los más grandes expertos en seguridad vial coinciden en la idea de que, para evitar darse en la madre, hay que pensar primero en los demás (obviamente). ********** La congestión vial no es un mal exclusivo de la  vieja normalidad . El tráfico, los accidentes viales y los embotellamientos conforman un solo y constante padecimiento que ha aquejado a casi todas las grandes ciudades desde el descubrimiento (¿o la invención?) de la rueda. Sin embargo, hasta hace un siglo y medio se llevaron a cabo muy pocos esfuerzos por buscarles

¡AQUÍ NO HAY NADA!

"¡Aquí no hay nada!". Ese era el mensaje que aparecía en este blog cuando lo abrí. Aquí no había nada más que un nombre y una descripción que no describe nada y que complica aún más el (re)conocimiento de estos impulsos vanos. Mi reconocimiento. Aquí no hay nada, solo una advertencia recursiva: aquí hay la nada, un punto vacío, una promesa, la promesa de la nada, la promesa de que no se va a prometer nada, la otra cara del ser (el trabajo, la vida, la memoria). Aquí hay un letrero que dice que no hay nada, aquí lo único que hay es el testimonio de una empresa diferida, prolongada hasta el cansancio, hasta mi propio límite; deformada para definirse en su deriva de imperfección y ruina. Aquí no hay nada, porque hasta ese "¡Aquí no hay nada!" se niega a sí mismo. Aquí no hay nada, aquí no ha habido nada, eso que aquí dice "Aquí" no es nada, y lo dice sin miedo, y lo reafirma con orgullo, y lo niega valiente, y lo grita con locura mientras niega hasta el espac