Mientras oía el sketch que Carlos Loret de Mola y Brozo grabaron hace poquito en una cantina vacía y sucia, pretendido símbolo de la mexicanidad hibernante y como adormilada por un vacío espiritual muy parecido a una pequeña muerte —el estupor después de nuestro último regocijo nacional, del inmenso frenesí político del 2018, de la revancha y la factura del desaliento y todas esas cosas de las que uno habla cuando está borracho y confía demasiado en sí mismo—, se me ocurrió escribir de una buena vez [1] qué opino de Manuel Andrés López Obrador. Pero tal vez porque, precisamente, siempre he entendido mal los fines de la filosofía, de nuevo me hallé en esa calle de sentido único en la que desagua esta vocación desesperada, y en la que con toda la malicia del mundo he decidido instalar mi trinchera privada de pensamiento: la verdad es que no tengo nada que opinar sobre estas cuestiones porque yo no soy bueno para eso de escribir netas que tu compa el chairo va a expropiar mañana, y que
Mensajes desesperados desde el país de las cosas rotas. Filosofía periférica. Gerardo Alquicira Zariñán